10 enero 2018
Estas en tu mejor momento profesional y personal. ¿Cómo te ves respecto a cada uno de los miembros de tu grupo, tu equipo o tu organización? Te ves distinto a ellos, ¿verdad? Es así. Lo eres. Ellos también lo son respecto a ti.
Eres distinto en el más absoluto sentido de la palabra. Eso tiene el liderazgo, pero eso no significa que seas mejor, aunque en algunas cosas, por supuesto, lo eres. Nos vamos a quedar, simplemente, en que eres distinto.
Has llegado adonde estás porque has renunciado a ocupar parte de tu tiempo en otras cosas y te has dedicado a formarte, a trabajar, a idear proyectos y llevarlos a cabo. Has renunciado muchas veces a pasar tiempo con tu familia, con tus amigos y practicando tus aficiones, para dedicarte a los asuntos de la empresa y de la organización, a asistir a congresos, a abrir nuevos mercados. Y todo eso ha sido reconocido con el puesto que ocupas.
Como te digo, ahora eres el líder. Tienes que decidir sobre asuntos que afectan a tus colaboradores y a tu organización. Muchas veces te ves obligado a hacerlo con cierta prisa y analizando datos diversos, algunas veces pocos, otras, quizás, demasiado complejos, pero ves las cosas rápidamente, las “pillas al vuelo”, eres ágil en reaccionar ante las oportunidades y vas siempre un paso por delante. Eres y te haces responsable de tus decisiones y acciones.
Pero tus colaboradores no las ven. No tienen esa facilidad de liderazgo ni la agilidad que tienes tú. En las reuniones te desesperas y te pregunas “¿pero como es posible que no lo hayan visto? ¿no tienen interés por su trabajo? ¿qué les sucede?
No te precipites. Pensar que los demás deben ser como tú es un error. No lo son. Si el comercial tuviera el mismo olfato y las mismas capacidades que el Director Comercial, terminaría siéndolo. Si el empleado tuviera la iniciativa, el empuje y el empeño del empresario, más tarde o más temprano, lo sería. Pero no lo son. No puedes considerar que son como tú porque no es así.
Enfocar así tu pensamiento te dececiona, te frustra, añade una carga innecesaria a tu ya pesada responsabilidad y reduces el potencial de gestión que tienes. Y eso puede terminar, no ya afectando a tu rendimiento, sino también a tu salud física y emocional.
Eso a ti. Pero a tus colaboradores también les afecta. Porque saben que no les miras como son, sino pensando que no son como tú quieres que sean. Eso se nota. Trabajan, no pendientes de desplegar todas sus habilidades y de mejorar en su actividad, sino pensando en que lo que hacen deben hacerlo de la misma manera y con la misma eficacia que tú o de cualquier otro compañero en el que tú confías. No son ello mismos, no actúan como tales, sino que son una caricatura ineficiente de otro. Y eso no les agrada. No le agrada a nadie. No están cómodos. No rinden como tú quieres ni como ellos podrían. Están desmotivados, con baja autoestima e incapaces de afrontar los retos que les pides.
¿Cuántas veces, durante una reunión con alguno de tus colaboradores, has estado juzgándole mentalmente, valorándole o condenándole, por no haber resuelto alguna cuestión como tú querías mientras te está explicando y exponiendo sus ideas? ¿Cuántas veces has pensado que no es un perfil útil y que no te resuelve como realmente quieres que resuelva? No se si muchas, pero seguro que algunas veces les has juzgado con tus prejuicios y con tu propa vara de medir.
Esta forma inconsciente de actuar sucede y es un error que no te conduce a ningún sitio, no ganas nada tú en tu liderazgo ni la organización en su desempeño, no resuelves nada y es frustrante para todos, además de tener consecuencias en la propia organización.
Es más adecuado ser consciente de que cada uno es como es. Con sus capacidades, con su formación, con sus habilidades, con sus aficiones. Y valorarlo con respecto a él mismo. “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá siempre pensando que es un inútil”.
La teoría de las inteligencias múltiples, diseñada y estudiada por Howard Gardner, avala, para muchos, la validez de este dicho popular, que dudo realmente que se le puede asignar a Albert Einstein. Este psicólogo e investigador, defiende que, así como hay muchos tipos de problemas por resolver, también hay muchos tipos de inteligencias y un gran número de capacidades para hacerles frente. Los seres humanos poseemos una gama infinita de capacidades y potenciales que se pueden emplear de muchas maneras productivas, tanto juntos como por separado. El conocimiento de estas inteligencias nos estaría dando la posibilidad de desplegar con la máxima flexibilidad y eficacia todas las herramientas necesarias para alcanzar el objetivo que persigamos.
El ser distinto no inhabilita a nadie para nada. Tu trabajo como líder, tu verdadero liderazgo, es obtener el mejor resultado de cada uno de los miembros de tu organización y, conforme a sus capacidades, ir ayudándolo a mejorar en su desempeño para que mejore su rendimiento y sus habilidades. El pretender siempre la excelencia es un error. Debes darte, y darles, la oportunidad de descubrir cada una de las aptitudes que posee cada uno de tus colaboradores y estimular en ellos aquello que les hace mejores. Si no consigues esto, no estás haciendo bien tu liderazgo.