19 diciembre 2017
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Esta frase no es del tío Ben, el tío de Spiderman, es realmente una de las más famosas frases de Franklin D. Roosevelt, agigantada además por ser una de las grandes y más impactantes de su último discurso para el “Jefferson Day”, dos días antes de su muerte. Roosevelt hacía referencia a la responsabilidad con que el liderazgo de ese gran poder de los Estados Unidos se vio abocado a intervenir en la Segunda Guerra Mundial.
El liderazgo en una organización y las decisiones y responsabilidades que deben tomarse y asumirse no son muy distintas de las que debe tomar y asumir un Presidente de los Estados Unidos. No es exagerado. Aunque pudieran verse de menos trascendencia y de menor calibre, no es así. Para las personas que trabajan en y para la empresa, para sus clientes y proveedores, para los miembros de cualquier organización social o política, el tamaño es lo menos importante, porque el desafío está en el alcanzar el éxito, alcanzar los resultados previstos tomando las decisiones adecuadas y con responsabilidad sobre ellas.
El líder siempre será el responsable del resultado que obtenga la organización. Lo será de todo aquello que haya creado. Por lo tanto debe ser consciente de que tiene “un gran poder” y que debe saber utilizarlo. No es líder aquel que no se siente responsable de los objetivos marcados, de lograrlos o de fracasar ante ellos, de resolver las dificultades o de sucumbir. Se trata de asumir como metas personales los objetivos del equipo y no buscar pretextos, justificaciones o cargar con culpas a los demás o a las circunstancias por lo que no se ha sido capaz de lograr.
El resultado de la organización es, pues, el resultado por el que su líder ha trabajado. Sea el que sea. Hay un refrán, del que no logro conocer su origen y, por lo tanto entiendo que es sabiduría popular, que dice que “el pescado se pudre por la cabeza”. Es así. A las organizaciones les pasa lo mismo que al pescado al pudrirse. Se inicia en la cabeza y avanza progresivamente hasta la cola. La organización, por tanto, será lo que sea su dirección, al igual que un país será lo que sean sus dirigentes. Ambos son el referente que explica el conjunto y sus resultados.
Lo que pase con la cabeza pasará con el resto de la estructura. Por eso se hace necesario que el líder sea conciente de lo que le está sucediendo, de aquello que le irrita y que le impide desarrollar una gestión personal y organizativa idónea.
Si la actitud mental del líder no está plenamente orientada al éxito y a la obtención del objetivo, se produce, en primer lugar, un efecto ejemplo. Lo que haga la dirección se trasladará paulatinamente a los distintos estamentos de la estructura. Tanto el buen hacer como los despropósitos. Las virtudes se transmiten lentamente, pero los vicios con mucha rapidez.
En segundo término, una mala dirección castiga inconscientemente a los colaboradores más inmediatos, exigiéndoles prestaciones excesivas o sobrecargándoles de responsabilidades que no les corresponden, produciéndose como efecto, un progresivo desencanto en la organización, el abandono voluntario de colaboradores y la fuga de talentos que se ven incapaces de desarrollar su actividad por no soportar el olor del pescado pudriéndose.
Pero, afortunadamente, ese “gran poder” también otorga al líder la capacidad de cambiar y mejorar la organización.
Un líder no es una víctima, sino que es alguien que se enfrenta a las adversidades y pone su experiencia, su habilidad, su talento y, lo más importante, su actitud mental, al servicio de la organización y de sus objetivos.
El líder debe dar ejemplo en su hacer diario y en su compromiso con la empresa o con la organización, porque ese ejemplo cala en el resto de la estructura, implicándola y haciéndola protagonista del proyecto. Pero mucho más importante, al menos para mi, es que el líder debe estar inspirado por una actitud mental orientada al éxito, porque la motivación, la autoestima y las creencias hacen posible alcanzar metas desconocidas.
Las personas pueden porque creen que pueden; las organizaciones también. Un líder motivado sabe como motivar a su equipo, creando las condiciones para que el clima en la organización propicie el talento de las personas, saque su mejor hacer y su autorrealización, haciendo de los objetivos del grupo sean inspiradores y se conviertan en sus propias metas personales. Se trata de empoderar a cada miembro del equipo, de hacerlo útil y necesario para el conjunto, motivarlo y hacer que sus talentos aparezcan. Ese es el gran reto del líder: crear líderes.
El proceso de coaching ejecutivo y de equipos se dirige a que los líderes mejoren su actitud mental y que las organizaciones perciban que los cambios impulsan el trabajo de equipo hacía sus objetivos. La alineación necesaria entre el líder y los miembros de su equipo multiplica las posibilidades de éxito y genera, además, nuevos liderazgos de personas que has sido empoderadas y que se han probado a sí mismas.